Luego de los acontecimientos vividos en Brasil este último domingo, donde simpatizantes de Jail Bolsonaro irrumpieron en las instalaciones de los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial en Brasilia, en un claro intento de desestabilización al sistema democrático instaurado en el vecino país, nuestros referentes políticos manifestaron su repudio por distintos medios, pero, ¿qué mensaje transmiten a la sociedad respecto a nuestra democracia?
A casi cuarenta años de democracia ininterrumpida en nuestro país, donde los vaivenes políticos, económicos y sociales se manifestaron con distintos grados de inestabilidad y conflictividad, donde nuestra dirigencia política protagonizó enfrentamientos, escándalos, negociaciones y también consensos, pero que más allá de los resultados obtenidos en cada caso y en los que en muchos de ellos el sistema democrático se vio de alguna manera avasallado, es importante resaltar que la democracia argentina sobrevivió.
A esta altura cabe preguntarnos, ¿qué aprendimos como sociedad respecto al valor de la democracia como sistema de gobierno? ¿qué valor le damos individualmente a este sistema por el cual tantos compatriotas lucharon por conseguir, por el cual otros tantos perdieron la vida o abrieron grietas insalvables entre familiares, amistades o contrincantes contextuales? Dicho de otro modo, ¿qué mensaje nos dieron (y dan) nuestras autoridades de Gobierno y representantes políticos?
Podría decirse que las generaciones que atravesaron gobiernos de facto valoran y festejan la democracia conseguida; ¿y los nacidos en democracia? ¿qué valor le otorgan, qué aprenden de nuestros referentes?
Volviendo al enunciado de esta columna, luego de la manifestación antidemocrática ocurrida en Brasil, distintos medios y redes sociales ilustraron, una vez más, una faceta de la práctica política argentina que en nada contribuye a fortalecer la idea de democracia: el enfrentamiento discursivo sistemático entre Gobierno de turno y opositores.
La culpa siempre es del otro
Tomemos solo un ejemplo. Desde el sector opositor al actual Gobierno, en referencia al mensaje de repudio por los hechos acontecidos en Brasil manifestado por el presidente Alberto Fernández, Patricia Bullrich, presidente del Pro, escribió en su cuenta de Twitter: “DEMÓCRATAS CON OTROS PAÍSES Y AUTORITARIOS AQUÍ. Aquí, quieren tomar la Corte Suprema de Justicia y destruyen al Congreso con 14 toneladas de piedras. El día que retire el pedido de juicio político a la Corte, puede opinar sobre lo que sucede en Brasil”. Es que Fernández había expresado: “Estamos junto al pueblo brasileño para defender la democracia y no permitir #NuncaMás el regreso de los fantasmas golpistas que la derecha promueve”.

Otra vez la culpa es del otro, siempre es del otro; si no es de la derecha es de la izquierda, de los medios hegemónicos, de las corporaciones, del Poder Judicial, del Ejecutivo, de la oposición… siempre del otro ¿Y qué hay de nosotros?
Twitter es un reflejo del sistemático ping pong discursivo de uno y otro bando en cual nuestros referentes políticos y autoridades de turno se trenzan en frases con la intención de desacreditar “al otro”, ya sea en temas de agenda política, económica, social, cultural, educacional, etc. Tanto lo positivo como lo negativo de la gestión de cada gobierno de turno o las propuestas, negativas o positivas, que la oposición realiza, terminan en “dimes y diretes”.
Es sabido que en la práctica de la política hay disensos y consensos, negociaciones y acuerdos tácitos o formales, tal como lo dejó claramente descripto Mariana Gené en su libro “La rosca política”, donde describe la forma de hacer política en el Ministerio del Interior, aplicable en menor medida a otros ministerios. Volviendo al principio, ¿qué aprendimos tras casi cuarenta años de democracia? ¿Qué le enseñamos a las generaciones nacidas en democracia?
Esta faceta de enfrentamiento discursivo permanente entre “el otro” y “el nosotros” que nuestros gobernantes y referentes opositores utilizan como práctica de hacer política, así como la impericia para encontrar un rumbo que posibilite el bienestar general que la sociedad demanda y donde la opinión pública considera que la política es un medio para lograr acumulación de poder y crecimiento individual y no colectivo; vulneran y socavan nuestro sistema democrático día tras día.

Sean eternos los laureles que supimos conseguir
Aun así seguimos adelante, seguimos apostando a nuestro sistema democrático, con todas sus virtudes e imperfecciones. Por él lucharon nuestros mayores pero no hemos aprendido a fortalecerlo, y por ende, poco podemos enseñar a las generaciones más jóvenes. Hemos perdido tiempo y oportunidades.
El desafío es grande; y así como en el grupo familiar uno procura el bienestar de los suyos, como sociedad tenemos la obligación moral de heredar a las generaciones venideras un mejor estándar de vida; y si apostamos a ello a través de la democracia, debemos inculcar y practicar sus principios.
Como ciudadanos de un Estado democrático, todos (los otros y nosotros), ya sea de manera individual o a través de entidades representativas, debemos repudiar cualquier intento de desestabilización a la democracia conseguida. También nos cabe la tarea de enseñar a nuestros descendientes que cualquier acción que intente desestabilizar el orden y las instituciones democráticas no debe tolerarse, provenga de donde provenga tal intención, ya sea de agrupaciones de izquierda o de derecha, ya sea de los poderes del Estado, de los medios de comunicación o de las corporaciones económicas. Como ciudadanos democráticos debemos internalizar esta postura para contribuir a su fortalecimiento.