El peronismo líquido, una fachada electoralista

Por J. González Costilla

La modernidad liquida es un concepto acuñado por Zygmunt Bauman. Este concepto propone que en la actualidad el mundo se caracteriza por su estado fluido, volátil, en permanente incertidumbre por la vertiginosa velocidad de los cambios.

Las relaciones humanas, las premisas, los paradigmas y las doctrinas pierden vigencia o se diluyen; tal es el caso de la doctrina peronista. Como ejemplo de esto tenemos los gobiernos de Carlos Menem y del actual Alberto Fernández.

En el caso de Carlos Menem, durante la campaña para su primera presidencia, sus principales propuestas de gobierno giraban en torno a la aplicación de típicas políticas asociadas al peronismo, como la promesa del “salariazo” o la “revolución productiva”. Desde esa perspectiva el electorado resultó seducido por lo que parecía ser el advenimiento de una nueva época de bonanza económica, con crecimiento, con inclusión y redistribución de la riqueza.

Sin embargo al asumir la presidencia, Menem dió un giro rotundo en la aplicación de sus políticas de gobierno. Fue tan así que pasó a ser reconocido como un gran referente del neoliberalismo en la región, en este caso cabe señalar que el contexto internacional por la reciente caída del muro de Berlín modificó sustancialmente la concepción política del reciente gobierno. Es decir que la doctrina justicialista en razón del nuevo modelo neoliberal imperante se diluyo por completo en lo que para ese entonces parecía ser la única forma de desarrollo para los países del tercer mundo.

En el caso de Alberto Fernández la cuestión fue por otro camino. Luego del fracaso del gobierno de Mauricio Macri asociado con el neoliberalismo, el actual gobierno se propuso construir una coalición electoral con diferentes sectores políticos donde convergían el peronismo, la izquierda y la social democracia, entre otros; sin embargo en esta amplia asociación política la columna vertebral, por lo menos en términos electorales, seguía siento el partido Justicialista, por lo que de nuevo la campaña se basó en la promesa de típicas políticas de la “doctrina justicialista”, sobre todo las utilizadas en la “década ganada”.

De nuevo, como en el caso anterior, al asumir Alberto Fernández la presidencia, intento ampliar la visión de gobierno adoptando medidas típicas del progresismo o de la social democracia, elementos muy antitéticos con el justicialismo. El post modernismo, muy de boga en la actualidad, rápidamente diluyo los preceptos peronistas, colonizando la mayoría de las esferas de poder en el gobierno y dejando olvidada la doctrina justicialista.

Ahora bien, en ambos casos el escenario político internacional y los movimientos sociales, por ejemplo, contribuyeron a la pérdida de vigencia de la doctrina justicialista, en virtud de que es una doctrina clásica con principios y valores considerados, por los post modernos, un poco arcaicos, que no coinciden con los principios éticos actuales; por ejemplo, la discusión que plantea la doctrina sobre la auto percepción, donde claramente expone que la única verdad es la realidad. Este es el ejemplo más concreto.

Por otro lado, desde el punto de vista económico, el modelo clásico de producción y trabajo choca con la mirada de la escuela austriaca orientada al capitalismo financiero, rentístico y especulativo. No obstante a esto, el peronismo, como fachada electoral, sigue vigente.

El poder de convocatoria de un partido con una doctrina que se diluye casi siempre de acuerdo a ciertas contingencias sociales, culturales o económicas es bastante envidiable, aunque parezca impensado  encontrarse con un partido con una doctrina sólida que no se evapore o se diluya con las trasformaciones permanentes del mundo actual.

El Breve Reporte

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