
En un mundo donde las comunicaciones digitales atraviesan nuestras vidas, el uso o desuso de diferentes plataformas comunicacionales, junto al contenido que consumimos en ellas, definen nuestro perfil como usuarios. Por supuesto que la política no escapa a esta realidad, y cada espacio político en su afán por ganar (o no ceder) poder, recurre a tácticas discursivas y comunicacionales para desacreditar y deslegitimar al adversario. Este es el escenario en el cual, no tan sólo en Argentina, la sociedad viene siendo testigo y partícipe en la era digital; entonces cabe preguntarnos: ¿hasta qué punto somos libres de elegir lo que queremos leer, ver y escuchar? ¿Cómo influyen los medios y las acciones de comunicación política en la formación de la opinión pública? ¿Qué rol juegan los algoritmos?
El consenso pierde vigencia
El especialista Mario Riorda sostiene que la comunicación gubernamental tiene un objetivo: generar consenso. En tal sentido nos dice que “si la comunicación gubernamental no actúa bien, no hay consenso, y si no hay consenso, no hay buena gestión”.
Consensuar implica acordar entre partes. En política el consenso social hace referencia al acuerdo generalizado entre distintos sectores de la sociedad sobre determinados principios, valores y acciones de gobierno que se consideran indispensables para la convivencia y el desarrollo de un país, lo cual no implica unanimidad, pero si requiere de un nivel suficiente de aceptación para lograr estabilidad y el buen funcionamiento del sistema democrático.
En detrimento de lograr un amplio consenso que aglutine a la sociedad argentina, el escenario político nos muestra desde hace tiempo la existencia de un consenso sólo sectorial que se da hacia el interior de los espacios políticos. No hay matices, o se está alineado a la causa o uno se constituye adversario. Esto no es nuevo en política pero en la era de las comunicaciones digitales tiene gran relevancia. Así, la polarización de la opinión pública es canalizada a través de las redes sociales donde se potencia el “autoadoctrinamiento” que deriva en la creación de burbujas “autistas que dificultan la acción comunicativa”, según reflexiona el filósofo surcoreano Byung-Chul Han. Aquí los individuos no son adoctrinados por una autoridad externa, sino que se someten voluntariamente a ciertos discursos y estructuras de poder sin ser cuestionados. “Hoy no consumimos cosas, sino emociones”, nos dice también Han,
El ambiente político conoce muy bien a lo que se refiere Han y supo construir desde la emocionalidad la discursiva pertinente para apuntalar sus espacios de poder; el presidente Javier Milei supo capitalizar esta cuestión adoptando una estrategia comunicacional y discursiva que se sustenta emocionalmente en el disenso.
En la cruzada por el cambio de paradigma impulsada en pos de lograr una transformación profunda en lo económico, político y social para “volver a la Argentina a ser grande”, el presidente encontró, por motivos demasiado extensos para ser tratados en esta columna, el apoyo mayoritario de la sociedad. En tal contexto, toda acción promovida por el Poder Ejecutivo que encuentre oposición o escollos en su implementación, es decir, disenso, lo fortalece ante la masa de la sociedad que con su voto lo legitimó en el poder; es “la casta” quien entorpece el desarrollo de su plan maestro. Desde la óptica de esa masa de votantes, a la inversa de lo que nos propone Riorda, aquí el disenso es sinónimo de “buena gestión”.
Por otro lado, desde la vereda opuesta, se alzan voces que reclaman consenso social y respeto por la institucionalidad democrática, valores que —según advierten— estarían siendo erosionados por el gobierno de Milei. En este escenario, la oposición también recurre a estrategias discursivas y comunicacionales que buscan desacreditar muchas de las iniciativas del oficialismo.
Así, los medios de comunicación y las redes sociales se han convertido en el teatro de operaciones donde se libra una guerra simbólica de relatos e interpretaciones, en la que el ciudadano promedio —consumidor de noticias— se ve expuesto a información parcializada, contradictoria o incluso malintencionada.
Esta situación no es menor: se traduce en una creciente desconfianza hacia los medios de comunicación, algo que se refleja con claridad en el Digital News Report 2024 de Reuters, donde se indica que solo un 30% de los argentinos confía en las noticias, ubicando al país entre los niveles más bajos de credibilidad en la prensa a nivel mundial.
El sesgo de confirmación y el rol de los algoritmos
En 1960 el psicólogo inglés Peter Wason llevó a cabo un experimento con el cual demostró que las personas en general tienden a confirmar sus hipótesis en lugar de tratar de refutarlas, dando nacimiento al concepto de “sesgo de confirmación”, que es la tendencia de las personas a interpretar, recordar o buscar información de una manera que confirme sus creencias preexistentes, es decir, es la propensión a prestar más atención y dar mayor crédito a la información que respalda lo que ya creemos, mientras se tiende a pasar por alto o minimizar la información que contradice tales creencias.
En la práctica, el sesgo de confirmación puede observarse en una persona que adopta y se identifica con una determinada ideología política que lo lleva a elegir y consumir noticias y optar por medios de comunicaciones específicos que respaldan sus puntos de vista, y evitando fuentes que presentan perspectivas opuestas. Así, en el disenso y ante un mismo evento, personas con banderas políticas no afines u opuestas lo interpretarán de manera diferente en virtud de sus creencias previas.
El usuario promedio de redes sociales cuando se adhiere a una comunidad digital, lo hace pensando en conectarse con personas y buscando contenidos afines con quienes comparten sus gustos y opiniones, creándose así burbujas de filtro donde la información que se presenta tiende a confirmar sus propias creencias. Aquí los algoritmos potencian esta dinámica ya que en la era digital juegan un papel fundamental en el consumo de contenidos, dado que determinan qué información veremos en redes sociales, plataformas de streaming, motores de búsqueda y tiendas on line, fomentando así el sesgo de confirmación.
El mundo de los opuestos
Lo que leemos, vemos y escuchamos va formando nuestras creencias. En el escenario político argentino actual la dinámica de las comunicaciones digitales empuja al ciudadano promedio a tener que ubicarse en una u otra vereda, como dijimos anteriormente, o se está con el gobierno o se está con la oposición; en esta dinámica no hay lugar para quienes, ya sea por decisión propia o por desinterés, prefieran no involucrarse ni manifestarse.
Sin importar de qué lado de la vereda uno se encuentre, cada tema que el gobierno o los medios establezcan como agenda, disparará una interacción mediática donde la información sesgada solapará a aquella que pretenda objetividad. La emocionalidad nos lleva a consumir aquello en lo que creemos, la racionalidad aquello que queremos. En tal contexto, alejarnos por un momento de nuestras creencias nos permitirá enriquecer nuestro horizonte de análisis para lograr un consumo más crítico de los contenidos que nos brindan los diversos medios y plataformas digitales.
La receta para contrarrestar los efectos nocivos del cóctel compuesto por la baja confiabilidad en los medios, el sesgo de confirmación que cada uno lleva consigo y la intromisión de los algoritmos en nuestra cotidianeidad digital, puede conformarse con distintas dosis de las siguientes acciones: diversificar las fuentes de información; cuestionar e indagar respecto a la aparición de ciertos contenidos; realizar activamente la búsqueda de distintas perspectivas y ajustar manualmente nuestro perfil de preferencias en redes y plataformas.